Gregorio Aboín Martín, Sylvia Cano Reguero, Centro de Enseñanza Superior Escuni
Résumé (s) : Cet article présente une expérience éducative développée au Centre d’Enseignement Supérieur Escuni, où l’écoute est envisagée comme un axe anthropologique, pédagogique et spirituel de la formation des enseignants. À travers les initiatives du Service de Spiritualité et de Foi — telles que l’Espace d’Écoute, les ateliers d’intelligence spirituelle, les célébrations liturgiques et la Foire du Volontariat — l’article explore comment l’écoute peut structurer une pédagogie de l’espérance conforme aux valeurs du Pacte Éducatif Global. Dans une perspective humaniste-chrétienne, il est affirmé que l’écoute n’est pas seulement une technique relationnelle, mais une attitude transformatrice qui reconnaît la dignité de l’autre, ouvre des espaces de sens, renforce les liens communautaires et encourage l’engagement éthique avec la réalité.
Mots clés : Écoute, espérance, spiritualité, formation des enseignants, Pacte Éducatif Global, pédagogie humaniste.
Abstract : This article presents an educational experience developed at the Escuni Higher Education Institution, where listening is framed as an anthropological, pedagogical, and spiritual axis of teacher training. Through initiatives promoted by the Service of Spirituality and Faith — including the Listening Space, spiritual intelligence workshops, liturgical celebrations, and the Volunteer Fair — the article explores how listening can articulate a pedagogy of hope aligned with the values of the Global Compact on Education. From a Christian humanist perspective, it argues that listening is not merely a relational technique but a transformative attitude that acknowledges the dignity of the other, opens up spaces of meaning, strengthens community bonds, and fosters ethical engagement with reality.
Keywords : Listening, hope, spirituality, teacher training, Global Compact on Education, humanist pedagogy.
Introducción
En un tiempo atravesado por la fragmentación, la incertidumbre y el cansancio vital, la educación se revela no solo como un proceso de transmisión de conocimientos, sino como un acto profundamente humano, capaz de restaurar vínculos, reconstruir sentidos y abrir horizontes. En este contexto, el Pacto Educativo Global[1] impulsado por el Papa Francisco nos invita a situar la esperanza en el corazón de la educación, promoviendo una pedagogía que ponga en el centro a la persona y apueste por la transformación del mundo desde el cuidado, el compromiso y la corresponsabilidad.
Como señala el papa Francisco:
Todo cambio, como el de época que estamos viviendo, pide un camino educativo, la constitución de una aldea de la educación que cree una red de relaciones humanas y abiertas. Dicha aldea debe poner a la persona en el centro, favorecer la creatividad y la responsabilidad para unos proyectos de larga duración y formar personas disponibles para ponerse al servicio de la comunidad. Por tanto, es necesario un concepto de educación que abrace la amplia gama de experiencias de vida y de procesos de aprendizaje y que consienta a los jóvenes desarrollar su personalidad de manera individual y colectiva[2].
Esta “aldea” constituye una invitación a que la universidad se convierta en un espacio donde se promueva la creatividad, la corresponsabilidad y el compromiso con la comunidad. En este marco, la escucha se presenta como actitud fundante y transformadora.
Desde esta perspectiva, el Centro de Enseñanza Superior Escuni, con más de cincuenta años de trayectoria en la formación docente, ha desarrollado el Servicio de Espiritualidad y Fe; un espacio que trata de encarnar los valores del PEG y donde se cultiva, de manera singular, la escucha como práctica educativa esencial. No se trata solo de oír, sino de generar contextos donde el otro se sienta reconocido, acogido y acompañado en su proceso de búsqueda personal y profesional.
Este artículo no pretende presentar como tal el Servicio de Espiritualidad y fe, sino, más bien, explorar cómo la escucha, entendida como actitud pedagógica, espiritual y social, se concreta en diversas iniciativas impulsadas por este Servicio: el Espacio de Escucha, los talleres de interioridad, las celebraciones litúrgicas y las propuestas de voluntariado. Todas ellas configuran una pedagogía de la esperanza, donde educar es, en sí mismo, un acto de confianza en la capacidad del ser humano para crecer, transformar y ser transformado.
1. La escucha en tiempo de crisis: las preguntas, las heridas y las búsquedas
El acto de educar hoy se confronta con una realidad juvenil que se despliega en un escenario paradójico: los jóvenes están, por un lado, hiperconectados tecnológicamente, y, a la vez, cada vez más desprovistos de vínculos profundos y de referentes estables.
Muchos jóvenes experimentan una desconexión profunda, no solo de los otros, sino también de sí mismos y de un horizonte de sentido que oriente sus vidas. La sociedad contemporánea, marcada por el ritmo acelerado, el individualismo y la precariedad vital, parece ofrecer múltiples estímulos, pero escasas respuestas que puedan ser en verdad orientadoras. Como señalaba el Mensaje para el lanzamiento del Pacto educativo:
El mundo contemporáneo está en continua transformación y se encuentra atravesado por múltiples crisis. Vivimos un cambio de época: una metamorfosis no sólo cultural sino también antropológica que genera nuevos lenguajes y descarta, sin discernimiento, los paradigmas que la historia nos ha dado. La educación afronta la llamada rapidación, que encarcela la existencia en el vórtice de la velocidad tecnológica y digital, cambiando continuamente los puntos de referencia[3].
En este contexto, muchos jóvenes viven experiencias de desarraigo y soledad, muchas veces silenciadas o no tenidas suficientemente en cuenta. Y esa vida real es la que deseamos acompañar.
El Estudio sobre juventud y soledad no deseada en España[4] proporciona un dato elocuente: casi siete de cada diez jóvenes han experimentado soledad en algún momento de su vida, y uno de cada cuatro la sufre actualmente. El informe señala que, entre quienes padecen soledad, un 77,8% experimenta también síntomas de ansiedad o depresión, y la mitad reconoce haber tenido pensamientos suicidas.
Esta soledad no deseada tiene múltiples causas —relacionales, económicas, culturales, emocionales— y está estrechamente ligada a fenómenos como la ansiedad, la baja autoestima o la desconexión interior. La soledad aparece así no como excepción, sino como síntoma estructural de una cultura que ha debilitado los vínculos sin ofrecer alternativas que ayuden a tejer comunidad y pertenencia.
Esta soledad, a menudo prolongada y normalizada, afecta no solo el bienestar emocional, sino también la percepción que los jóvenes tienen de sí mismos y del mundo. No obstante, más allá de las cifras, lo que nos interesa subrayar es que esta soledad no es únicamente falta de compañía, sino expresión de una ausencia más radical que conecta con la dificultad de encontrar espacios donde ser vistos, acogidos y comprendidos.
En este contexto de vulnerabilidad, emerge con fuerza una necesidad quizás menos cuantificable pero igualmente urgente: la del sentido. Esta clave resulta hoy ineludible para cualquier propuesta educativa que pretenda acompañar de verdad a los jóvenes.
Se trata, eso sí, de un anhelo no siempre articulado, pero profundamente real, que se manifiesta en síntomas que necesitan ser escuchados: una cierta insatisfacción vital, cuestionamientos fuertes sobre la propia identidad, la pregunta sobre el propósito vital y la personal contribución al mundo, la necesidad de coherencia vital. Y se trata, también, de una búsqueda para la que no valen respuestas prefabricadas ni esquemas cerrados.
Este proceso, propio de la etapa vital que designamos como “juventud”, se vive en un contexto cultural marcado por la pluralidad de valores, creencias y estilos de vida. El sentido no se recibe como una herencia establecida, sino que se construye de forma abierta, dinámica y frecuentemente fragmentada.
Muchos jóvenes transitan esta búsqueda sin acompañamiento suficiente, con escasos espacios de referencia y en un clima donde la presión por definirse y la sobreoferta de opciones pueden generar parálisis o desconcierto.
Ante esto, más que ofrecer respuestas acabadas, el verdadero desafío es habilitar espacios donde la pregunta tenga cabida, donde la duda no sea deslegitimada y donde cada joven pueda, a su ritmo, articular una visión significativa de sí mismo y del mundo. Espacios donde pueda germinar la esperanza como horizonte que se construye al acoger la vulnerabilidad, al atravesar junto a otros la incertidumbre y al atreverse a soñar el futuro.
2. La escucha: una mirada desde la antropología y la pedagogía
Ante este contexto de crisis y búsqueda vital que viven tantos jóvenes, la educación está llamada no solo a transmitir contenidos, sino a ofrecer una presencia significativa que acoja y acompañe. En ese sentido, la escucha se revela no como una técnica secundaria, sino como una actitud fundante que permite estar con el otro en su vulnerabilidad, abrir espacios de sentido y tejer vínculos humanizadores. Desde aquí, podemos comprender que la escucha posee una hondura que desborda lo meramente instrumental y se inscribe en lo más profundo de nuestra condición humana y de nuestra tarea educativa.
A la luz de lo anterior, se comprende que la escucha no es únicamente una habilidad comunicativa o una estrategia relacional; es, ante todo, una categoría antropológica esencial. Escuchar implica reconocer al otro en su dignidad, abrirse a su presencia como un “tú” irrepetible, y asumir una disposición interior de acogida, disponibilidad y respeto. En este sentido, la escucha constituye uno de los gestos más profundos de hospitalidad existencial.
Como bien señala Martin Buber, «en el principio está la relación»[5], y esa relación comienza precisamente por la capacidad de percibir al otro más allá de sus palabras, de dejarse afectar por su humanidad. Desde una visión cristiana del ser humano, esta apertura al otro refleja también la actitud de Dios en la historia de la salvación: un Dios que escucha el clamor de su pueblo, que se deja interpelar, que responde con cercanía y compromiso:
El Señor le dijo [a Moisés]: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos». (Éx 3,7-8)
La escucha, entendida así, se convierte en un acto educativo profundamente esperanzador. Implica confiar en que el otro tiene algo que decir, una historia que compartir, una posibilidad de transformación. Escuchar es apostar por el otro, incluso cuando este aún no confía en sí mismo. Como expresa Emmanuel Lévinas, «escuchar […] es ponerse como responsable»[6], una forma de presencia ética que reconoce al otro en su vulnerabilidad y dignidad. En esta línea, la escucha educativa no puede ser neutral: es un acto de hospitalidad responsable que nos pone en relación con el otro no como objeto, sino como rostro que interpela y transforma.
Desde esta óptica, la escucha no es pasiva ni neutral: es una forma de presencia activa, una manera de construir relaciones significativas y de generar procesos formativos auténticos.
En el marco del PEG, la “escucha paciente” aparece como una actitud fundante para educar en el encuentro, la paz, la justicia y la inclusión. La educación, si quiere ser integral, debe recuperar esta dimensión profundamente humana.
3. La escucha como apuesta del Servicio de Espiritualidad y fe de Escuni
Desde estas claves y teniendo en cuenta este contexto, el Servicio de Espiritualidad y Fe de Escuni ha querido configurar un estilo pedagógico donde la escucha atraviesa todas sus propuestas: desde el acompañamiento personal hasta las celebraciones litúrgicas, desde los talleres de interioridad hasta las experiencias de voluntariado. En todos estos espacios, la escucha se convierte en el hilo conductor de una pedagogía de la esperanza. Una escucha no sólo de lo que los jóvenes dicen, sino también de lo que callan, de sus preguntas existenciales, sus búsquedas y sus heridas, una escucha que hace de la educación un proceso de mutua transformación.
Tal como recoge el Instrumentum Laboris del PEG, se trata de formar personas capaces de abrirse al diálogo, la interioridad, el cuidado de los demás y de la casa común[7]. La escucha, en este horizonte, no es un complemento, sino el corazón de una educación verdaderamente humanizadora.
3.1 El Espacio de Escucha: acoger sin juicio
Uno de los ámbitos más significativos —aunque discretos— del Servicio de Espiritualidad y Fe es el Espacio de Escucha, abierto de manera diaria y flexible a lo largo del curso. Su propuesta es sencilla, pero profundamente transformadora: ofrecer a los estudiantes un lugar donde ser escuchados con autenticidad, sin etiquetas, sin juicios ni exigencias previas.
Este espacio, abierto a todos —creyentes o no, jóvenes en búsqueda, procedentes de diversas pertenencias culturales y religiosas—, es un signo educativo, humilde pero real, de esperanza.
En él no se busca resolver de inmediato los problemas que puedan presentarse, sino acompañar procesos vitales desde la presencia atenta y la acogida. En un entorno universitario donde la presión académica, la incertidumbre sobre el futuro o el malestar emocional están muy presentes, esta disponibilidad para escuchar representa un auténtico respiro, un momento de pausa que permite recomponer el sentido.
La escucha aquí se concibe como acto educativo y humanizador: confiar en que cada persona tiene un camino propio, que puede ser sostenido con respeto y delicadeza. Muchas veces, basta con estar, con ofrecer tiempo y atención, para que el estudiante se sienta reconocido en aquello que expresa y, a partir de ahí, pueda abrirse a nuevas posibilidades.
En la práctica, este espacio se ha revelado especialmente valioso para atender esas situaciones de soledad a las que hemos hecho referencia, y que traen consigo estrés, ansiedad. Un espacio donde acompañar crisis existenciales, que suelen permanecer ocultas bajo la superficie de la vida académica. La escucha ofrecida desde este Servicio no responde a una lógica terapéutica, sino a una lógica relacional y pedagógica, donde el otro importa por quien es, no por lo que logra o representa.
En otras ocasiones, este espacio es un lugar donde poner en práctica la gramática del diálogo, entendida como una modalidad profunda de relación[8]. Es un tipo de diálogo en el que el educador ofrece al estudiante una acogida genuina, respetuosa de la diversidad y donde es posible testimoniar la fe como oferta de sentido, nunca como imposición. Este tipo de presencia se convierte en un signo visible y consciente de la identidad cristiana, capaz de generar preguntas, abrir horizontes y acompañar búsquedas.
Así, el Espacio de Escucha se convierte en una forma concreta de encarnar el PEG, promoviendo una educación centrada en la persona, atenta a la fragilidad, acogedora de la diversidad y generadora de esperanza: «se trata de dedicar tiempo y espacio al desarrollo de las grandes cuestiones y de los grandes deseos que habitan en el corazón de las nuevas generaciones, que desde una relación serena con ellos mismos puedan conducirlos a la búsqueda de lo trascendente»[9].
3.2 Taller de Inteligencia Espiritual: escuchar el interior
En el contexto universitario actual, marcado por la hiperconexión, la sobreinformación y el ritmo acelerado, hacer silencio y mirar hacia dentro se ha convertido en un acto casi contracultural.
En su último análisis sobre la pasión y el interés que hoy despierta la autenticidad, Lipovetsky advierte:
En la época del selfie, de las webcams, de Instagram, Facebook y Snapchat, la expresión de sí se manifiesta en prácticas que son más «ilustrativas-descriptivas» que introspectivas, y en Instagram más fotográficas que discursivas: pocas palabras, pocos «análisis» (…). Ya no consiste en una práctica reflexiva destinada a explorar los enigmas de la condición subjetiva, sino en presentar lo que me gusta y lo que hago por medio de imágenes sobre casi cualquier cosa, sin jerarquía ni centro, sin una importancia real, solo para interesar o distraer a los miembros de la propia red. En las fases anteriores, la cultura de la autenticidad ponía el punto de mira en la verdad esencial del sí a través de un relato de lo «profundo»: ahora se sitúa del lado de la imagen, del live, de la instantaneidad, de lo pasajero y divertido[10].
Conscientes de este contexto, el Servicio de Espiritualidad y Fe, en colaboración con el Departamento de Extensión Universitaria, pone semestralmente en marcha un Taller de Inteligencia Espiritual; una propuesta breve pero significativa que invita a los estudiantes a desarrollar una escucha profunda de sí mismos y los acompaña en la construcción de ese “relato de lo profundo”.
Inspirado en las aportaciones del filósofo y teólogo Francesc Torralba[11], el taller se basa en la idea de que, junto a las inteligencias cognitivas, emocionales y sociales, los seres humanos poseemos una inteligencia espiritual que nos invita a preguntarnos por el sentido de la vida, a elaborar un proyecto existencial, a trascender lo inmediato y a vincularnos con una dimensión más profunda de la realidad. Este enfoque dialoga también con la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, ampliando el mapa educativo más allá de lo meramente instrumental[12].
A pesar de su potencial formativo, esta dimensión sigue estando ausente en nuestro sistema educativo: no está incorporada, ni siquiera citada, en ninguna ley de educación ni en los diseños curriculares oficiales. Así pues, frente a esta ausencia, que contrasta con la incorporación del concepto en las legislaciones educativas de varios países del ámbito anglosajón[13], esta oferta representa una propuesta innovadora en el contexto universitario.
El taller, desarrollado en tres sesiones breves a lo largo del semestre, ofrece herramientas prácticas para cultivar esta dimensión: dinámicas de introspección, ejercicios de atención plena, espacios de silencio compartido y diálogo abierto sobre el sentido de vivir y educar. Aunque no se define como un espacio confesional, se abre a lo trascendente desde un lenguaje accesible e inclusivo, respetuoso de la diversidad de convicciones presentes en las aulas.
La escucha interior que se promueve en este taller no es evasión, sino una forma de anclarse en lo esencial. Para muchos estudiantes, representa una oportunidad poco habitual en su formación: detenerse, tomar distancia, identificar sus propios anhelos y temores, y comenzar a ordenar sus prioridades vitales. En un entorno formativo centrado a menudo en competencias técnicas, esta propuesta, centrada en las competencias propias de la inteligencia espiritual, abre una brecha hacia la interioridad y permite comprender la educación como un camino de autoconocimiento y crecimiento integral.
La buena acogida que ha tenido este taller confirma que muchos jóvenes anhelan espacios donde puedan pensarse a sí mismos con profundidad y redescubrir su propio centro. Al favorecer esta escucha interior, el taller no solo responde al llamado del PEG a promover una educación integral, sino que ayuda a recuperar una dimensión de esperanza: la confianza en que cada persona puede habitar su vida con sentido y proyectarse hacia el futuro desde una base sólida y consciente.
3.3 Celebraciones y tiempos litúrgicos: escuchar en comunidad
Más allá del acompañamiento individual, el Servicio de Espiritualidad y Fe de Escuni promueve también espacios de escucha comunitaria, especialmente a través de celebraciones y espacios de oración distribuidos a lo largo del año académico. Estas celebraciones —inicio de curso, Adviento, Cuaresma, Pascua, entre otras— no se presentan como actos formales ni como obligaciones religiosas, sino como invitaciones abiertas a detenerse, interpretar la vida y celebrar lo compartido.
Somos conscientes de que, en el actual clima cultural, marcado por la secularización y un fuerte individualismo, esta oferta enfrenta desafíos pastorales y educativos significativos a la hora de conectar con los jóvenes y favorecer que estos puedan “habitar el espacio litúrgico” desde una actitud receptiva y de escucha. De hecho, la distancia que muchos de ellos perciben respecto a la Iglesia se hace especialmente visible en este ámbito celebrativo. Como señala Gabino Uríbarri en su reflexión sobre la vivencia litúrgica en contextos juveniles, «la liturgia es el mejor icono, el espacio privilegiado donde la enorme distancia que sienten los jóvenes entre la institución eclesial y ellos mismos se materializa ostentosamente»[14].
Por un lado, la dimensión comunitaria y reglada de las celebraciones entra en tensión con una forma de religiosidad que prioriza la sensibilidad, la autonomía, la espontaneidad y la búsqueda de experiencias personalizadas; por otro lado, el desconocimiento del simbolismo propio de estas expresiones, y la dificultad para percibir su riqueza mistagógica, provocan que los ritos no siempre sean comprendidos como caminos hacia el misterio. Y, por último, el acendrado individualismo de los jóvenes entraña una dificultad sustancial para la asimilación del valor comunitario y eclesial que estas expresiones litúrgicas pretenden vehicular.
Se corre, además, el riesgo de que las celebraciones se reduzcan a momentos puntuales, sin que lleguen a configurar la vida cotidiana ni a modelar decisiones, estilos o relaciones.
Por estas razones, desde el Servicio de Espiritualidad y Fe estas propuestas se formulan con un lenguaje accesible, inclusivo y, también, simbólicamente denso. Se cuida el sentido del espacio litúrgico que permite a estudiantes de distintas sensibilidades conectar con las preguntas profundas sobre el sentido, el tiempo, la fragilidad y la esperanza.
Se procura que la música, el silencio, los gestos, los textos bíblicos, las intervenciones personales, todo ello, configure un lenguaje vivo y elocuente, que contribuya a la creación de un ambiente de recogimiento y comunidad, y propicie, en definitiva, la reflexión interior y el encuentro con el Otro.
De este modo, estas celebraciones no se entienden como un paréntesis espiritual desconectado del quehacer universitario, sino como espacios pedagógicos integradores, donde se tejen vínculos, se fortalece el sentido de pertenencia y se expresa una espiritualidad que acompaña los procesos formativos. En ellas, la escucha se manifiesta y se educa en múltiples niveles: escucha de la Palabra, del ritmo del año litúrgico, del sentir de la comunidad y de la voz interior de cada participante.
Además, estos momentos permiten re-significar experiencias vitales compartidas por la comunidad educativa: el inicio de una etapa, la preparación de los exámenes, acontecimientos sociales que se encomiendan, la preparación hacia nuevos horizontes… Desde esta perspectiva, las celebraciones no se reducen a simples rituales, sino que se convierten en actos educativos cargados de significado, donde se cultiva la esperanza como horizonte colectivo.
El hecho de que estas celebraciones sean preparadas por un equipo diverso —integrado por laicas, un sacerdote y una religiosa— contribuye a que la propuesta litúrgica refleje también una eclesialidad sinodal, donde la corresponsabilidad y el diálogo de vocaciones enriquecen la vivencia común de la fe. Esta pluralidad de voces y estilos refuerza el carácter hospitalario y abierto de las celebraciones, convirtiéndolas en una experiencia formativa y espiritual para todos.
En suma, estas celebraciones representan una forma concreta de vivir la escucha como actitud colectiva: escuchar los signos de los tiempos, la comunidad, la Palabra, el Espíritu, y dejar que esa escucha fecunde los procesos personales y educativos que se viven en el día a día universitario.
3.4 Feria del Voluntariado: escuchar la realidad y comprometerse con ella
Una de las iniciativas más consolidadas del Servicio de Espiritualidad y Fe es la “Feria del Voluntariado”, que se celebra anualmente como parte del calendario universitario y que conecta muy directamente con el reto de «formar personas disponibles que se pongan al servicio de la comunidad»[15] y con el quinto objetivo o compromiso del PEG: «educar y educarnos en la acogida, abriéndonos a los más vulnerables y marginados»[16].
Se trata de un encuentro donde distintas organizaciones sociales dan a conocer sus proyectos con los estudiantes, abriéndoles la posibilidad de colaborar en iniciativas orientadas a la inclusión, la justicia social y el acompañamiento de personas en situación de vulnerabilidad.
Sin embargo, más allá de su dimensión práctica, esta feria constituye un auténtico espacio educativo de escucha y transformación, donde se busca cultivar en todos la atención a las periferias sociales y existenciales.
En el contexto de la Feria del Voluntariado, insistimos especialmente en que el compromiso solidario no se mide por la cantidad de actividades realizadas, sino por la calidad de la presencia que se ofrece. Ser voluntario no es, en primer lugar, actuar mucho, sino ser capaces de detener el paso para escuchar —no solo oír— y dejarse tocar por quien tenemos delante. Se trata de abrir el corazón al otro, de reconocerlo como parte de nosotros mismos. Como recuerda el papa Francisco, lo que el Espíritu suscita no es un “desborde activista”, sino una atención que mira al otro «considerándolo como uno consigo»[17]. Esa escucha atenta y cuidadosa es el inicio de una verdadera preocupación por el otro, capaz de dinamizar el deseo concreto de buscar su bien.
En este contexto, la presencia de entidades como Cáritas, InteRed, Fundación Ítaca, Educación Cultura y Solidaridad, entre otras, acerca al ámbito universitario las voces silenciadas por la exclusión, la pobreza o la desigualdad, expone a los estudiantes a mundos que muchas veces permanecen invisibilizados, los invita a salir de sí mismos y a dejarse tocar por lo que ocurre fuera de las aulas.
Durante la feria, los representantes de estas organizaciones no solo presentan datos o proyectos; cuentan historias, testimonios y desafíos reales. La escucha activa que se promueve en este espacio no es pasiva ni neutral: es una escucha que conmueve, que exige respuesta, que confronta, que llama a posicionarse y actuar. En este sentido, el evento no se limita a ser una vitrina de ofertas solidarias, sino que se convierte en una experiencia formativa integral, que involucra la conciencia, la sensibilidad y la responsabilidad de quienes participan.
Para algunos estudiantes, este encuentro representa un punto de inflexión: descubren nuevas formas de poner su vocación docente al servicio de los demás, comprenden que la educación no puede estar desconectada de la realidad de la pobreza y la exclusión y se reconocen capaces de aportar, incluso desde su etapa de formación. La decisión de involucrarse en un voluntariado no siempre es inmediata, pero la semilla de la inquietud queda sembrada, y en muchos casos germina más adelante.
Escuchar, aquí, implica abrirse a realidades duras sin anestesia, pero también descubrir en ellas la fuerza de la resiliencia, la dignidad herida y la posibilidad de la esperanza compartida.
Así, esta iniciativa responde plenamente a los ejes del PEG: educar en la corresponsabilidad, la solidaridad, el cuidado de los demás y de la creación. Desde la perspectiva del Servicio de Espiritualidad y Fe, el voluntariado no es un “extra” ni una actividad paralela, sino una expresión concreta de la espiritualidad encarnada, que conecta la vida interior con el compromiso social y político.
En definitiva, la Feria del Voluntariado contribuye a formar educadores sensibles, críticos y comprometidos, capaces de escuchar la realidad con profundidad y de poner su vida y su profesión al servicio de los más frágiles. Y, en ese gesto, volver a creer que la educación, vivida así, es siempre un acto radical de esperanza.
4. Conclusión
Las experiencias descritas —el Espacio de Escucha, el Taller de Inteligencia Espiritual, las celebraciones comunitarias y la Feria del Voluntariado— configuran un entramado pedagógico en el que la escucha se convierte en eje vertebrador de la formación integral. Aunque su impacto no siempre puede medirse con indicadores cuantitativos, sí se percibe en el clima de confianza que se genera, en el crecimiento personal de quienes participan y en la consolidación de una comunidad educativa más humana, reflexiva y comprometida.
Muchos estudiantes reconocen en estos espacios un punto de apoyo emocional y existencial durante su etapa universitaria. La posibilidad de ser escuchados sin ser evaluados, de hablar desde su interioridad o de comprometerse activamente con realidades vulnerables, les permite habitar la universidad no solo como un lugar de instrucción, sino como un entorno de transformación personal y social.
No obstante, el camino no está exento de desafíos. La falta de tiempo, el ritmo acelerado del calendario académico, la diversidad de sensibilidades religiosas y culturales, así como una cierta desconfianza inicial hacia lo espiritual, pueden dificultar la participación o continuidad en estas propuestas. Además, no siempre es fácil consolidar grupos estables o encontrar los lenguajes adecuados para conectar con todos los perfiles del alumnado.
Sin embargo, estos obstáculos lejos de desanimar, estimulan la creatividad pastoral y educativa del equipo, que sigue explorando nuevos formatos, tiempos y metodologías.
Lo que se mantiene como constante es la convicción profunda de que educar desde la escucha es, en sí mismo, un acto de esperanza radical. Porque escuchar al otro con autenticidad es apostar por su dignidad. Porque enseñar a escucharse es abrir caminos de sentido. Porque escuchar la realidad con honestidad es el primer paso para transformarla.
Así, el Servicio de Espiritualidad y Fe de Escuni no pretende ofrecer grandes respuestas, sino sostener preguntas verdaderas; no busca imponer discursos, sino generar espacios; no aspira a formar expertos, sino educadores conscientes, compasivos y comprometidos.
Esta experiencia concreta muestra que la universidad puede ser un lugar donde la espiritualidad, la pedagogía y el compromiso social convergen en una propuesta coherente y fecunda. En un mundo necesitado de sentido, relaciones significativas y horizonte ético, educar desde la escucha es sembrar esperanza: silenciosa, paciente, transformadora.
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Référence électronique
Gregorio Aboín Martín, Sylvia Cano Reguero, « Educar desde la escucha:
una experiencia universitaria en clave antropológica y esperanzadora » Educatio [En ligne], 16 | 2025. URL : https://revue-educatio.eu
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[1] En adelante PEG.
[2] Francisco, Discurso a los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante La Santa Sede con motivo de las felicitaciones del año nuevo (9 de enero de 2020).
https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2025/january/documents/20250109-corpo-diplomatico.html
[3] Francisco, Mensaje del Santo Padre Francisco para el lanzamiento del Pacto educativo (12 de septiembre de 2019). https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/pont-messages/2019/documents/papa-francesco_20190912_messaggio-patto-educativo.html.
[4] R. Ruiz Villafranca, A. Tuñón Jiménez, J.M. Fresno García, F. del Río Hernández, D. Sonat, Estudio sobre juventud y soledad no deseada en España. Madrid: Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, 2023. Disponible en: https://www.soledades.es
[5] Buber, M. Yo y Tú, Madrid: Caparrós, 2005, p. 22.
[6] Lévinas, E. Totalidad e infinito: Ensayo sobre la exterioridad, Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002. p. 228.
[7] Cf. Congregación para la Educación Católica, Instrumentum laboris. Pacto Educativo Global. Juntos para mirar con valentía el futuro, Ciudad del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 2020, 4-5.
[8] Cf. Congregación para la Educación Católica, La identidad de la escuela católica
para una cultura del diálogo, 2022, 28-30.
[9] Cf. Congregación para la Educación Católica, Instrumentum laboris. Pacto Educativo Global. Juntos para mirar con valentía el futuro, Ciudad del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 2020, 3.
[10] Cf. G. Lipovetsky, La consagración de la autenticidad, Barcelona, Anagrama, 2024, 163.
[11] Cf. F. Torralba, Inteligencia espiritual, Barcelona, Plataforma Editorial, 2010; id., Inteligencia espiritual en los niños, Barcelona: Plataforma Editorial, 2012.
[12] Cf. H. Gardner, La inteligencia reformulada. Las inteligencias múltiples en el siglo XXI. Barcelona: Paidós, 2010.
[13] A. Martín-Sánchez, M. Rodríguez-Zafra y J.C. Ceniceros-ESTÉVEZ, Definición y Competencias de la Inteligencia Espiritual. Estudio Cualitativo. Acción Psicológica 17(2), 2020, p. 96. https://doi.org/10.5944/ap.17.2.29527
[14] Cf. G. Uríbarri, Jóvenes y liturgia: frentes y pistas. Misión Joven: Revista de Pastoral Juvenil (519), 2020, p.7.
[15] Cf. Francisco, Mensaje del Santo Padre Francisco para el lanzamiento del Pacto educativo (12 de septiembre de 2019).
[16] Global Compact on Education. (s. f.). Vademécum, p. 14.
[17] Cf. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (24 noviembre 2013), 199.